viernes, 17 de abril de 2015

El sosiego



El sosiego es una vivencia enriquecedora de la que puede gozar las personas. Es una energía de quietud, calma, bienestar y disfrute inspirador y revelador. No solo es ausencia de agitación, ansiedad o inquietud, sino una experiencia profunda que nos conecta con el ser interno. Es como una medicina, que nos disipa las tensiones y preocupaciones, nos centra y nos equilibra, nos otorga armonía y calma nuestras emociones.

            Dicen que el sosiego por un lado reporta esa experiencia tan gozosa de la paz interior y por otro dispone la mente para que pueda desarrollar otras de sus potencialidades. No es así de extrañar que desde muy antaño se haya ido perpetuando las enseñanzas y métodos para hacer posible esa serenidad de la cual surge una visión mas clara, esa quietud que conlleva lucidez, entendimiento correcto y sabiduría.

            El sosiego tiene sus enemigos: agitación mental, desequilibrio emocional, impaciencia, avaricia, odio, celos, malevolencia, el egocentrismo, el rencor y muchos más. También tiene aliados. Aceptación de lo inevitable, humildad, compasión, comprensión clara, dominio de la mente, contento interior, lucidez y benevolencia.  

Paz espiritual y calma interior 

            Relacionadas con el sosiego, se pueden alcanzar  si vamos a su encuentro, aquí van algunos consejos: 

·         Controla tus pensamientos, sabemos que no es fácil. Piensa en positivo y en un único pensamiento: “me voy a encontrar bien..etc. al principio es difícil, pero se aprende.

·         Simplifica tu vida, tú eliges, tú decides, realiza las tareas más importantes, y cuando las hagas: disfrútalas.

·         Se generoso y desinteresado con tus valores y tus actos. Debemos sentir que nuestra paz espiritual depende del bienestar de los demás.

·         Aumenta tu autoconfianza. Se inmune a los halagos y a la crítica. Si nuestra autoestima depende de las opiniones de los demás, nunca encontraras la paz espiritual.

·         Escoge bien en que gastas tu tiempo. Para buscar el sosiego es necesario despegarnos de la prisa, de vivir pendientes de los demás y de toda forma de negatividad. 

La tranquilidad, la serenidad y la calma, nos ayudan a conseguir el beneficioso lujo de acumular sosiego. Y el sosiego nos ayudará a prestar y prestarnos atención, a reflexionar, a meditar de forma introspectiva (observándonos  hacia  adentro, evaluando nuestro comportamiento), o bien de forma contemplativa (valorando y apreciando el mundo exterior que nos rodea y sus circunstancias.

     El sosiego y la serenidad nos obligan a estar en conexión con nosotros mismos, a meditar para ayudarnos a conocernos mejor, a vigilar la cantidad  y el sobrepeso que acumulamos de miedos, culpas, ofensas, etc., que tanto daño nos producen inconscientemente a lo largo de nuestra vida.



El libro de  Wilhelm Schmid “El sosiego el arte de envejecer” 

Quiero hablaros en este artículo sobre el libro de  Wilhelm Schmid y  lo que opina sobre el consuelo.

Un libro que he leído hace un mes  el tiempo que lleva publicado y que en los últimos talleres ya lo he recomendado a mis alumnos para que se lo compren. De fácil lectura y  unas 100 páginas se puede leer y seguro que nos hará reflexionar pues nos facilita unos consejos y nos da unas herramientas para trabajar y mejorar nuestra calidad de vida.

Espero que el  resumen  que facilito a continuación, pueda motivaros y ayudaros a conocer un poco mas estos acontecimientos que se nos van presentando a nuestra edad y  clarifiquen muchas de las dudad que nos plantea la vida. GRACIAS

[…] estoy preparado para aceptar el envejecimiento con alegría, tal como venga, para utilizar todas mis fuerzas en vivirlo con la mayor serenidad posible: aceptarlo con sencillez, no oponerme a él, no adornarlo ni difamarlo, sino aceptarlo en todo su amplio abanico, que va del alivio a los impedimentos, de la belleza a lo horrendo, y no contemplarlo a través de un cristal color de rosa, ni de unas gafas oscuras, sino a través de una visión clara porque la contemplación sobria de las cosas es uno de los grandes privilegios del envejecimiento.

            Desde un punto de vista cultural, el proceso de envejecimiento permite descubrir recursos que pueden hacer que la vida sea más fácil y más  rica en este preciso momento. Uno de estos recursos es la serenidad. Aunque en la actualidad lo que nos falta es precisamente serenidad. El día a día resulta tan estresante y las personas  experimentan tanta presión que en ellas va creciendo el ansia de alcanzar un estado de calma.

            Nos dice el autor, que él no esta en posesión de la serenidad, pero que le parece imprescindible para llevar una vida plena. Se trata de un factor positivo en cualquier etapa de la vida, pero sobre todo durante la vejez, cuando la vida amenaza con empobrecerse y hacerse más difícil. Es posible que solo se pueda conseguir la serenidad en el trascurso del envejecimiento: parece más fácil alcanzar la calma cuando no  esta en juego toda la vida, cuando las hormonas están algo mas tranquilas, cuando el tesoro de experiencias es mayor, cuando la mirada es mas amplia y cuando la evaluación de personas y cosas es mucho mas ecuánime.

            El autor en este libro nos da diez pasos que él cree que son necesarios para alcanzar la serenidad y que él dice que salieron de observaciones, experiencias y reflexiones. Así llegaremos a comprender las características propias de la época de la vejez y del envejecimiento, para que sea más fácil el que nos dejemos atrapar por la serenidad. 

Primer paso: Pensamientos 

            ¿En que consiste realmente vivir? Es algo que se puede sentir con intensidad, pero que después deja de ser intenso, algo que parece siempre igual y después cambia radicalmente, que a veces es muy cambiante para mas tarde instalarse en la rutina.

            La polaridad es uno de los fundamentos de la vida: late entre dos polos opuestos como alegría y tristeza, miedo y esperanza, ansia y decepción. Y entre ser y dejar de ser, algo que durante mucho tiempo se ha considerado un destino imposible de cambiar.

La serenidad nos ayuda a adquirir conciencia de las diferentes etapas de la vida y aceptar sus peculiaridades.

            Nuestra vida deja la perspectiva que teníamos orientada hacia el futuro y se convierte cada vez más en una vida retrospectiva, la perspectiva hacia delante se vuelve más estrecha y por ello la orientación se dirige más hacia el pasado ¿Cómo ha trascurrido mi vida? ¿Qué he hecho y logrado hasta ahora? 

Segundo paso: Comprensión de las peculiaridades de la edad y del envejecimiento 

             Comprender estas peculiaridades es mantener una actitud abierta a los cambios asociados con la edad y la compresión  de los retos  que el envejecimiento trae consigo.

            En el arte de la vida no puede existir una maestría  definitiva, porque la vida sigue siendo un proyecto de aprendizaje hasta el final: siempre existen nuevos conocimientos y exigencias, cambios sociales y logros técnicos que es necesario asumir, ningún conocimiento puede conducir a la sabiduría definitiva.

            La serenidad consiste ahora en reconciliarse con la discreta palabra “aún”, su aparición se ira multiplicando a medida que se desarrolle el proceso: “¡Aún tiene buen aspecto para su edad! “. “¡Aún esta en forma!”, “¡Es estupendo que aún tenga la cabeza clara!”.

            Se trata de la época del aún, en todos los aspectos: aún se puede llamar a un amigo para charlar con el; aún queda tiempo para una disculpa que parece adecuada: aún es posible y seguramente  adecuado devolver algo y dar las gracias, se trate de lo que se trate.

Desde muchos puntos de vista, al envejecer volvemos a recorrer el desarrollo del principio de la vida, pero esta vez en dirección contraria. 

Tercer paso: Costumbres que facilitan la vida 

            Las personas se acostumbran a todo (incluso al dolor, si no es muy fuerte), pero necesitan tiempo para ello y también fuerzas de las que ya no disponen en gran cantidad al envejecer. El sentido de los hábitos radica precisamente en poder confiar en ellos sin tener que emplear fuerzas adicionales: su cuidado es por ello el tercer paso hacia la serenidad.

            Dentro y fuera de las cuatro paredes, los hábitos pueden ayudar a gestionar lo extraño y procurar confianza. Esto es válido para las costumbres del comportamiento, así como para las de la vista, oído, pensamientos y sensaciones, y hábitos y rituales llevados a cabo entre varias personas.

            Las personas que van envejeciendo intentan por encima de todo conservar la vida en la que confían, aunque sea problemática. Temen perderla si no lo consiguen. Confían menos que los jóvenes en que las nuevas costumbres puedan conducir a nuevas confianzas. 

Cuarto paso: disfrutar de los placeres y de la felicidad 

            Reciben una bienvenida más calurosa que en épocas anteriores algunos placeres que, ahora que ya ha pasado el momento de los huracanes orgiásticos, adquiere mayor valor al ser conscientes de que ya no vamos a disfrutar de ellos incontables veces.

La serenidad significa dejarse seducir por estas delicias de placeres. En la capacidad de degustar de una manera consciente radica la razón para “aceptar y estimar” la vejez, porque, según señala Séneca en la duodécima  de sus cartas a Lucilio, “esta llena de alegrías cuando se sabe utilizar”.

Algunos placeres: el de tomar una taza de café, el de viajar, el de la jardinería. El placer del recuerdo, el placer de conversar y quizá también el placer de escribir algunas cosas para uno mismo y para los demás. 

Quinto paso: convivir con el dolor y la infelicidad 

            Muchos aspectos de la vida dependen de la suerte y de la mala suerte, sin que se pueda decir con toda seguridad cuales son las causas de la una ni de la otra. No tiene demasiado sentido otorgar la responsabilidad a uno mismo, a los demás, a la vida o a todo el mundo cuando pasa algo que no debería haber pasado. Puede ocurrir una desgracia, nos puede asaltar una enfermedad o se puede destruir una creencia. ¿Por qué me ha tocado a mí? En realidad, nunca se puede encontrar una respuesta. ¿Por qué me ocurre ahora? Puede ser simplemente una casualidad. ¿Cuándo me libraré de ello? Es posible que nunca. Y, entonces, ¿Qué?  Entonces solo te queda convivir lo mejor posible con eso que te ha tocado y decirte: esta es la obligación que me impone la vida, por casualidad, o adrede, quien sabe. Acepto este deber para hacer  algo con él porque para algo servirá. Al fin y al cabo, ¿todo lo que ocurre no tiene finalmente alguna utilidad?
 
 
Sexto paso: tocar para sentir la cercanía 
 
            Las personas dependen del contacto físico durante toda su vida. Desde el nacimiento vela por el fortalecimiento del sistema inmunológico y por el establecimiento de lazos afectivos y de protección y amparo. A lo largo de los años, los niños y los adolescentes se sienten consolados si se les abraza. También los adultos conocen los efectos positivos de la caricia o el contacto de una mano. El pulso acelerado se puede tranquilizar o una presión sanguínea creciente se puede reducir con la cercanía de una persona querida.
            Cuanto menos contacto físico recibe una persona, más extraño se sentirá consigo mismo y con los demás, y al final también con el mundo. La persona se siente excluida sin saber de dicha situación. Aquel que no recibe el roce de nadie ni de nada muere en soledad mucho antes de que llegue la hora de su muerte.
            La serenidad no se alcanza únicamente a través de un contacto corporal adecuado, sino con cualquier tipo de estimulo agradable que puedan proporcionar los sentidos: una cara bonita, contemplar una imagen o un paisaje, escuchar o interpretar música, para uno mismo o cantando en un coro, inhalar un aroma, degustar una comida, también moverse, ya sea paseando o haciendo deporte, y todo aquello que nos otorga la sensación de vivir con mas intensidad.
También es muy importante en la etapa de envejecimiento el contacto espiritual, que tiene que ver con todas las sensaciones que se pueden derivar de la amistad y la amabilidad. Siempre que no este presente el desinterés, resulta posible el contacto espiritual. 
 
Séptimo paso: Amor y amistad para sentirse inmerso en una red 
 
            En todas las épocas de la historia de la humanidad, los padres han enseñado la vida a sus hijos, pero con las tecnologías, cada vez más modernas que condicionan la vida hoy en día, la relación se ha invertido en parte y ahora los hijos enseñan la vida a sus padres porque  en el uso de la tecnología van un paso por delante, puesto que crecen con ella.
            Junto con el amor entre padres e hijos, el amor entre abuelos y nietos puede trasmitir un alto grado de sentido y serenidad a todos los implicados. Aunque los encuentros sean menos frecuentes que en épocas anteriores, los medios modernos hacen posible que se pueda mantener el contacto, incluso a grandes distancias. Muchos abuelos siempre están disponibles para sus nietos, para realizar actividades con ellos, escucharlos y explicárselo todo.
            Las personas ancianas, por su parte, se sienten más inmersos en la vida cuando pueden participar en el crecimiento de los niños. También la integración de guarderías en residencias de ancianos, que se ha intentado en diversos lugares, contribuye en este sentido.
            Pero en la relación de pareja en la vejez, mucho más que en cualquier otro momento de la vida, dependemos de la benevolencia entre nosotros que se deriva de la decisión  que cada uno ha tomado por su lado. Si la mayor muestra de amor en la juventud era afirmar “contigo hasta el fin del mundo” y “envejeceremos juntos”, ahora ha llegado el momento de demostrar en el día a día que no eran solo palabras hermosas.
            Y en la vejez alcanza una gran importancia la amistad. Al amigo me unen recuerdos imborrables, con él puedo hablar, con él me puedo sincerar, aunque no demasiado para no convertirlo en un paño de lágrimas. Una persona de la que no pretendo nada ni espero nada, con la que simplemente me gusta estar porque es como es. Me alegra que haya alguien que me quiera y a quien yo quiera, en el que encuentro comprensión y que él la encuentre en mí, con él que puedo tener privilegios y, de nuevo, él puede tenerlos conmigo. 
 
Octavo paso: conocimiento para adquirir alegría y serenidad 
 
            El conocimiento ayuda a seguir adelante cuando se plantean preguntas, es la búsqueda de sentido y de relaciones, y alcanza su objetivo cuando se puede reconocer las relaciones: “¡Ahora tiene sentido!”. El sentido de que estamos hablando raras veces es el sentido de la vida, sino el sentido en la vida, el sentido de los fenómenos y las experiencias individuales.
            Solo ante  sí misma tiene que justificar una persona su vida.
            Con ayuda del conocimiento, se puede evitar los nervios finales y alcanzar una serenidad definitiva, que también se puede definir como alegría.
            Tener sentido del humor y ser capaz de reír son sin duda dos elementos fundamentales para la dicha, que no es lo mismo que la alegría, aunque tiene mucho en común. Quien pueda decir de sí mismo “Soy un hombre dichoso” No tiene que estar siempre alegre. La expresión de la alegría es en su mayor parte una cuestión de momentos y fases de la vida, mientras que la suerte de la persona dichosa es la suerte de sentirse lleno, que va más  allá de sentir alegría en momentos determinados.
            Ahora todo es voluntario y nada una obligación. Ya no tengo que demostrar nada a nadie, ni a mi mismo, ni a los demás, y si no fuera así, ya sería demasiado tarde para ello.
            La serenidad dichosa no descarta la tristeza: la aceptación de la vida y de la vejez también abarca este aspecto. Cada noche, al irme a dormir, me siento profundamente agradecido por el día y también siento una tristeza profunda porque ya ha pasado.
            En mí mirada hacia el final del gran día de la vida me pregunto como encontraré el equilibrio final cuando llegue el momento de culminar con gran alegría la obra de la vida y verme obligado a despedirme ante ella ante la aparición  de la tristeza más  oscura.

 
 
Noveno paso: Una relación con la muerte para poder vivir con ella 
 
            Cada vez nos tenemos que enfrentar con mayor frecuencia a la muerte de los demás, que cada vez son más cercanos, a veces muy cercanos a nosotros, y nos descubrimos pensando: “el o ella ya han dejado atrás sus vidas”. Desde el momento en que desaparecen los propios padres queda muy claro: estamos en primera línea, no queda nadie entre la vida y la muerte.
            No solo la vida, sino también la muerte es una cuestión de significado. Nadie sabe lo que es en realidad. Eso es posiblemente lo más inquietante  que tiene. Pero su significado puede ser más tranquilizador. Se le puede considerar el acontecimiento que da sentido a la vida, porque marca la frontera que da valor a la vida. Tiene valor lo que esta disponible en una cantidad limitada, por eso se otorga más valor a las piedras preciosas  que a los guijarros. De la limitación del tiempo se deriva la preocupación por tener una vida preciosa, en la que se puedan sumar los momentos hermosos que se han podido reunir en el tiempo disponible.
El hecho de conocer un límite temporal nos impulsa a hacer  algo con la vida que parezca valioso, en la medida de lo posible. 
 
Décimo paso: pensamientos sobre la posibilidad de una vida después de la muerte 
 
            La muerte podría ser hermosa y valiosa como tránsito a otra vida. Quizá no se trate realmente de nada más que un tránsito de la vigilia al sueño.
            El autor quiere unir  en este paso  la  mortalidad con la inmortalidad. La posibilidad de semejante sentido lo sospecha cada persona durante toda su vida a través de experiencias extáticas, de la sensualidad más intensa, de las emociones fuertes que nos proporcionan los sentidos, de las extensas excursiones en el reino del pensamiento, de una conversación o de una lectura profunda, al hundirse en el juego o en una labor, de cualquier tipo de flow y ensoñación. Para experimentar tales cosas basta con olvidarse de uno mismo, intemporalidad, unión intima con todo, intensidad. Con frecuencia llamamos divinas a estas experiencias, y son tan fuertes que permanecen en la memoria. La intensidad de la energía que se experimenta en esos momentos permite alimentar la sospecha de que se podría tratar de lo esencial o autentico de la vida que se extiende más allá del yo y del tiempo.
            Confiar en la posible existencia de una vida nueva y diferente alivia en los mayores  el estrés de la  vida porque no debemos exigirlo todo de la supuesta “única vida”. ¿Y si no fuera así? Entonces esta vida ha sido, por lo menos, una vida hermosa.
 
BIBLIOGRAFIA:
SCHMID Wilhelm: Sosiego, El arte de envejecer. (2015). ED. Kairós