viernes, 15 de septiembre de 2017

El cómo y el con quién “de mi” jubilación lo decido Yo


(Parte 1)



Introducción: "Nos hacemos mayores"

Profundizamos en nuestro mundo interior, parar y reflexionar sobre nosotros, sobre nuestros intereses, llegando a hacer un alto en el camino y empezarnos a plantear si nuestra vida necesita un cambio, si esos sueños que tengo me apetece que se cumplan.
Esto es lo que vamos a trabajar en este proyecto, en esta búsqueda de uno mismo, acercarnos a descubrir lo que nos lleva a ese cambio, cuáles son los factores, tanto externos e internos, que nos llevan a él, con qué barreras nos podemos encontrar, qué nos motiva a realizar el cambio, cómo recuperamos viejos sueños de juventud.
Lo que hicimos en el pasado no lo podemos cambiar en el presente, pero sí podemos comenzar a actuar para modificar nuestro futuro. Podemos empezar hoy mismo decidiendo algo, algo que, aunque no sea muy grande, sí nos valga y nos traiga consecuencias para mañana.


Cuando menos lo esperamos, la vida nos coloca delante un desafío que pone a prueba nuestro coraje y nuestra voluntad de cambio.”
PAULO COELHO

Pero la máxima expresión de privación de autonomía se pone de manifiesto cuando los hijos deciden, sin consultarlo con sus padres, que éstos deben vivir en una residencia o centro geriatrico, porque, a pesar de no sufrir ninguna enfermedad ni incapacidad, están muy "mayores y solos", sin tener en cuenta otras alternativas a la internación como el cuidado domiciliario, los centros de día, etc. El ingreso en la institución marca el inicio de un proceso creciente de pérdida de independencia personal. Los residentes deben:
  • Someterse a normas institucionales y de convivencia como horarios de comida, de descanso, de recreación, etc.
  • Compartir lugares comunes, hasta los dormitorios, con personas desconocidas.
  • Resignarse a la pérdida, no solamente de su hogar, sino de todos los objetos que lo conformaban: muebles, plantas, animales, etc.
  • Separarse de sus amigos, vecinos, familiares.
  • Muchos son despojados de sus bienes por sus apoderados que se apropian de sus ingresos mensuales o de sus propiedades.
Dentro de la institución es muy reducido el margen de opciones y son escasos los estímulos para fortalecer la independencia: no se cocinan, no se lavan la ropa, no limpian, ni reparan, ni mantienen el lugar de residencia. Otros, lo hacen por ellos: Hay personal capacitado para realizar todas las tareas, incluido su propia higiene y aseo. Es tan significativa la relación de dependencia que genera la institucionalización que los residentes, en muchos casos y una vez que se adaptan, son resistentes a las salidas a la casa de familiares o a los paseos programados por la institución, y sólo recién cuando regresan, vuelven a sentirse seguros.
Debo dejar claro además, que me estoy refiriendo en estos casos sólo a los mayores que pierden su autonomía, por enfermedad tanto física, (problemas de movilidad) o psíquica, (Demencia, alzhéimer) pero esto no significa que todos los adultos mayores sufran el mismo fenómeno. Por el contrario, hay personas que siguen ejerciendo plenamente sus derechos y aún cuando hayan sufrido una pérdida de autonomía sobre el control de su cuerpo, son respetadas y consultadas en sus deseos y decisiones. Esta es una actitud ante el propio envejecimiento por parte del mayor y, ante la vejez en general, por parte del grupo familiar y social del entorno más próximo, que consideran a esta etapa como una etapa más de la vida, de la cual nadie está exento, y que debe ser vivida con la dignidad que corresponde a todo ser humano.
Los seres humanos conocemos lo que somos a través de la visión que los otros tienen de nosotros. La forma en que se caracteriza a los adultos mayores, contribuye en gran medida a crear la situación y condiciones sociales en las cuales éstos viven. Cada sociedad crea un cristal a través del cual tiene una determinada visión de la realidad. En nuestra sociedad capitalista, donde la productividad es la medida del valor de la persona, los viejos como no producen ni consumen, pierden valor y, como consecuencia, pierden poder. En nuestra cultura posmoderna, que exalta la juventud, la belleza exterior y la vertiginosidad, los mayores ocupan en la escala social el último lugar.
En definitiva, es el medio social el que crea la imagen de la gente mayor a partir de sus normas y de los ideales y valores que persisten en cada época. Y los ancianos asumen el papel que se les asigna desde los medios de comunicación, desde las instituciones, desde los profesionales que trabajan por su bienestar y desde la opinión general; y cumplen este mandato, porque es lo que se espera de ellos. Si la creencia es que ellos no pueden, no deben, no saben hacer, pensar, decir y sentir determinadas cuestiones, ellos terminan convencidos de que es así y que es más conveniente delegar las decisiones en los adultos.
La imposibilidad de ejercer el derecho de decidir sobre la propia vida significa no poder decidir dónde vivir, con quién vivir, cómo vestirse, qué comer, a dónde salir, cómo administrar el dinero, planificar el futuro, hablar sobre lo que se desea y llevarlo a cabo. Es decir, que no decidir sobre la propia vida implica no ejercer los derechos humanos fundamentales: el derecho a la vida, a la libertad, el derecho a la libertad de expresión y de pensamiento, el derecho a la privacidad, a la sexualidad, a la educación.
Pero, desafortunadamente, las barreras que se imponen a los adultos mayores para ejercer estos derechos no son vistas como violaciones a los derechos humanos. Se despoja a los mayores de ciertas necesidades y capacidades humanas, como por ejemplo la sexualidad, la creatividad, el aprendizaje, etc. Esta actitud con los viejos está instalada y naturalizada en casi toda la sociedad. Y desnaturalizarla es uno de los objetivos de la educación para el envejecimiento.

Tener suerte o no depende de algo más que la mera casualidad. Con frecuencia, las personas que han triunfado comparten actitudes parecidas, como la perseverancia, la confianza en sí mismos, el optimismo, la ambición y el sentimiento de frustración. La forma de percibir nuestras circunstancias, así como las de crear y aceptar las oportunidades, depende en gran medida de lo que esperamos de nosotros mismos.
Las aptitudes no llegan a hacerse patentes a menos que tengamos la oportunidad de utilizarlas. La consecuencia, desde luego, es que puede que nunca descubramos nuestro verdadero proyecto. Depende mucho de las oportunidades que tenemos, de las que creamos, de si las aprovechamos y de cómo lo hacemos.
Todos los miembros de la sociedad debemos reconocer esta situación porque todos somos responsables de su reproducción, y los adultos mayores deben ser conscientes de que son objeto de esta discriminación y adoptar una posición de crítica y cuestionamiento a esta actitud, porque son ellos los que mejor pueden asumir una defensa activa de sus derechos. Para que esto sea posible, los trabajadores del campo de la Gerontología debemos generar las condiciones externas e internas en los grupos de adultos mayores y en el resto de la sociedad para promover este debate.
No sabemos cómo será el futuro, pero el único modo de prepararse para él es sacar el máximo provecho de nosotros mismos, en la convicción de que al hacerlo seremos todo lo flexibles y productivos que podamos llegar a ser.
Todos tenemos habilidades e inclinaciones que pueden servirnos de estímulo para alcanzar mucho más de lo que imaginamos. Entender esto lo cambia todo.

Perspectivas que nos depara el hacernos mayor:

Podemos seguir un plan para el cambio:

  1. pensar y visualizar cómo me gustaría que fuera mi vida.
  2. visualizar las situaciones que no nos gustan, las que quisiéramos cambiar.
  3. visualizar alguna situación donde usted haya tomado las riendas y lograra cambiarla en su favor.
  4. Motivación: ver si me apetece el esfuerzo y cómo afectaría a mi vida. No cambie solo por cambiar, piense sobre ello.
  5. Acción: ¡ya, póngase en marcha!

Lo que lamentamos no es lo inalcanzable, sino lo alcanzable no alcanzado”.





El día a día

Entre envejecer en casa, con una vejez que se presenta difícil, o la de que sólo me planteen como alternativa la residencia, tan temida para muchos, está el compartir con quien quiera, o como yo quiera, mi tiempo y mi vejez; quiero empezar desde ahora mismo e ir marcando mis tiempos y mis ideas sobre lo que deseo y juntarme con quien piensa igual o parecido a mí.”

Nos obligan a ir por un carril, igual que un tren. Sin salirse del trazado. Mucha gente quiere vivir de otra manera, pero cree que no se puede. Y sí, se puede. Incluso en la mitad de la vida es posible empezar un nuevo camino.

Tres son los factores clave que conducen al éxito: estar dispuesto a hacer sacrificios, asumir ciertos riesgos y poseer visión de futuro.

Quiero buscar maneras, acuerdos donde un grupo de personas creen vínculos y con el tiempo estén capacitadas a compartir unas normas de vida, de convivencias para hacer más llevaderas las actividades diarias. Es decir crear un entorno que sea amigable y comprometido.

Creo en el grupo, en la fuerza que tiene, en la ayuda emocional que puede provocar para que las personas permanezcan activas realizando las actividades con las que se encuentren a gusto. Donde se promueva una convivencia de respeto y buenas normas. Donde se participe de manera activa, crítica. Donde abunde una buena comunicación, basada en la empatía, donde tengamos la libertad de ser asertivos.

Debemos llegar a convivir en comunidades donde la ética de unión debería ser el respeto y la solidaridad. Comunidades donde seamos activos y donde todos participen, donde se excluya todo tipo de manipulación animando a todos los miembros del grupo a que sean protagonistas. Donde los ritmos los ponga cada uno.

Pertenecer a un grupo y participar en su actividad llevará a que surjan inquietudes y necesidades que les motivará para el buen desarrollo de sus tareas. Esto provocará que el grupo llegue a un compromiso colectivo que hará mejorar sus situaciones personales y sociales de cada uno de sus miembros creando una especie de contrato de solidaridad entre todos.




Dar paso a la generación inconformista

Debemos prepararnos para recibir a los años, para ocupar nuestro puesto de mayor. Prepararnos para conocer lo que nos viene encima y sepamos que incluso puede ser bastante desesperanzador. No debemos depender de nadie, tenemos edad para saber lo que nos conviene y cómo querer vivir a partir de nuestra jubilación.

Es nuestra generación a quien corresponde descubrir una nueva manera de envejecer.

Muy pronto nos vendrá la jubilación: “Es tiempo de ruptura, transformación y cambio. Entraña pérdidas y riesgos, pero también compensaciones y logros. Se pierde poder y prestigio social aparente, se gana libertad personal y autogobierno. Disminuye la aceleración en la acción, aumenta la contemplación y la profundidad interior. Hay menos vértigo en el trabajo, menos estrés y preocupaciones apremiantes, y con ello la oportunidad de ampliar la visión serena de las cosas, la benevolencia y la comprensión de la condición humana”.

Quiero hacer una pequeña reflexión y para ello voy a partir de unas ideas de Belando con las que voy a conectar y deciros hacia dónde debe ir dirigido nuestro futuro, tanto como educadores como personas que van a llegar a la vejez:
(Belando, 2000:37:38). Destacamos las siguientes:

La persona que envejece debe desarrollar estrategias de afrontamiento constructivas para tener un envejecimiento saludable, pero dichas estrategias deben estar presentes en etapas anteriores de la vida; de otro modo seria difícil su adopción, aunque no imposible, pues el ser humano es susceptible de perfeccionamiento y puede adquirir en esta etapa hábitos saludables de vida.

Tener vínculos de intimidad, afecto y cariño, no solamente con la pareja y la familia, sino con los amigos y otros grupos.
Se ha comprobado que el grado de organización y complejidad del comportamiento diario de una persona es un aspecto que influye en la longevidad. El adulto mayor cuando se jubila debe tener un proyecto de vida y reestructurar su tiempo y su espacio haciendo que sean de vitalidad personal (Escarbajal, 1994). el educador debe reforzar en la persona mayor los hábitos y conductas enmarcadas en un alto nivel de organización. Puede resultar muy beneficioso que el anciano realice una planificación de sus actividades diarias.

Buscar nuevas metas, nuevos motivos de satisfacción y orgullo, es un medio para conseguir ser feliz en esta etapa de la vida. “Saber envejecer es la mayor de las sabidurías y uno de los más difíciles capítulos del gran arte de vivir. Anclándose en el pasado, solo se conseguirá frenar el desarrollo y acelerar la decrepitud.




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