Mihaly Csikszentmihalyi
"Usted
se encuentra en un estado extático en el que se siente como si casi
no existiera. Así es como lo he experimentado yo en numerosas
ocasiones. En esos casos mis manos parecen vacías de mí y yo no
tengo nada que ver con lo que ocurre, sino que simplemente contemplo
maravillado y respetuoso todo lo que sucede. Y eso es algo que fluye
por sí mismo". (Daniel
Goleman, escritor).
Un
científico entra por la mañana a trabajar en su estudio y, cuando
menos lo piensa, se da cuenta de que ya es de noche y que ha pasado
todo el día inmerso en sus tareas, sin ni siquiera alimentarse. Un
alpinista escala las arriesgadas cumbres del Everest y, mientras
mantiene el control pleno del ascenso, siente que su cuerpo se funde
con la roca. Una bailarina realiza con precisión y armonía una
serie de complejos movimientos que hace parecer sencillos, al tiempo
que ella misma se siente como flotando. Un cirujano acomete una
delicada operación y, mientras percibe con todo detalle la
interacción entre su bisturí y el órgano del paciente, todo el
entorno parece desvanecerse. Un amante hace el amor con su pareja y
siente que se fusiona con ella y con el cosmos. Un gourmet saborea un
elaborado plato y olvida que ha perdido su fortuna. Unos chicos
saltan en monopatín y sus miedos se disipan. Un filósofo piensa y
se olvida de que existe. Un músico toca el saxofón y su cuerpo es
música. Un niño da sus primeros pasos y percibe que puede
caminar...
Todos
ellos fluyen en una “experiencia óptima” y no sólo han escapado
a la ansiedad y al aburrimiento, sino que, al hacerlo, han logrado
poner orden en el caos reinante de sus mentes. Todos ellos están
experimentando el disfrute y, además de que recordarán la
experiencia como algo placentero, obtendrán de ella el estímulo
adecuado para buscar nuevos desafíos y hacer que sus personalidades
crezcan y se tornen más complejas.
Hace más de veintitrés
siglos, Aristóteles llegó a la conclusión de que lo que más
buscan los hombres y las mujeres es la felicidad. Pero los
incontables avances tecnológicos y científicos que hemos logrado
desde entonces no parecen haber arrojado mayor luz sobre qué es la
felicidad, ni nos han ofrecido las herramientas adecuadas para
ayudarnos a alcanzarla.
Esto es lo que movió a
Csikszentmihalyi a liderar, desde la Universidad de Chicago y con el
apoyo de investigadores de todo el mundo, un estudio de orden
psicológico para comprender el fenómeno de la felicidad, indagando
sobre las actividades que producían el disfrute y la forma en que se
sentían las personas cuando disfrutaban de sí mismas. Durante doce
años, este equipo de psicólogos realizó entrevistas, formuló
cuestionarios y, sobre todo, implementó el Método de Muestreo de
Experiencia. Dicho método consistía en entregarle a una persona un
“busca” y enviarle unos ocho mensajes de alerta al día, de forma
aleatoria, pidiéndole que escribiera lo que estaba haciendo en ese
momento y la forma en que se sentía cada vez que recibía el
mensaje.
Ante los millones de señales
potenciales que están al alcance de una persona en cada instante, su
atención es la encargada de seleccionar las piezas de información
que considera más relevantes para ingresarlas a la conciencia e ir
construyendo con ellas la personalidad.
La combinación de todo lo que
ha pasado por la conciencia de una persona -recuerdos, acciones,
deseos, placeres y dolores- configura su personalidad, es decir,
determina la jerarquía de objetivos que la persona ha ido
construyendo, pieza a pieza, a lo largo de la vida. Existe, pues, una
relación circular entre la personalidad y la atención, pues así
como uno dirige su atención hacia aquellas cosas que su personalidad
prioriza, asimismo va configurando su personalidad en función de las
cosas a las cuales presta atención.
Nos
dice Pilar Fernández y María del Mar Morales en su libro "¡Fluye!
Vive la felicidad en el presente:
Controla la atención
No
hay experiencia de flujo sin una atención continuada. La atención
es como una linterna en la noche que nos señala aquello que queremos
ver. En una noche cerrada, si no nos valemos de algún objeto que
emita luz, nada podremos ver. Y esto es lo que pasa con nuestra
conciencia, que debemos centrarla, si se dispersa no nos
concentraremos en nada y entonces nuestras ideas divagarán y nos
meceremos en un mundo de ensoñación o rumiación.
Nuestra
vida se condensa donde centramos nuestra atención, nada hay fuera de
la misma, vivimos dentro de los límites de ella.
Este es el
secreto: durante la ejecución de la actividad sólo tendremos
capacidad para concentrarnos e involucrarnos en la tarea, nos
disolveremos en la misma y no habrá espacio ni lugar para ningún
otro tipo de pensamiento, sensación o sentimiento. Tan sólo habrá
sitio para la concentración y la fusión con la actividad de nuestra
elección. Aunque en la práctica, si la actividad se extiende en el
tiempo, en algún momento nos detendremos a evaluar como lo estoy
haciendo y, tras esto, experimentaremos un punto de inflexión en el
que por nuestra consciencia pasará un pensamiento/sentimiento de
satisfacción por lo bien que lo estoy haciendo.
Abrirnos a experiencias
nuevas
Cuando
llegamos a una edad, normalmente tenemos muy claro aquellas cosas que
nos hacen disfrutar y aquellas que no. Salvo contadas excepciones,
dejamos que esta visión guíe nuestra vida. Haremos las cosas que
nos gustan y excluiremos de nuestro catalogo de actividades aquellas
que no. Esto frecuentemente nos lleva a encontrarnos dentro de unos
parámetros de los que cuesta salir, porque generalmente rechazamos
hacer actividades nuevas ya que presuponemos de entrada que no nos
van a gustar. Seguro que todos tenemos la experiencia de habernos
visto sorprendidos al realizar alguna actividad que en principio nos
parecía aburrida o tonta y luego fue todo lo contrario. En otras
ocasiones, nos vemos atrapados por los convencionalismos sociales y
sentimos vergüenza de realizar algún tipo concreto de actividad,
muchas veces porque nos vemos mayores
para andar realizando según qué cosas.
Si
queremos ser felices, debemos darnos nuevas oportunidades para
disfrutar. Para ello hemos de desterrar todo tipo de prejuicios e
ideas preconcebidas de lo que deben ser nuestras actividades de ocio,
y tan solo tener en mente el objetivo de disfrutar y conseguir fluir.
Cuanto más abiertos estemos a realizar actividades nuevas de todo
tipo, más oportunidades tendremos para alcanzar nuestro gran
objetivo, atraer experiencias de flujo a nuestras vidas que nos
pongan en el camino de la felicidad.
Si queremos fluir, debemos
buscar las formas de medir el progreso.
Debemos
tener clara la manera de progresar en la actividad. Si no sabemos
cómo avanzar, en la práctica será imposible conseguir alcanzar el
flujo.
Concentrarse en lo que uno
hace y realizar distinciones cada vez más precisas en los desafíos
involucrados en la actividad.
Si no
existe concentración, claramente no puede haber flujo. El flujo es
básicamente concentración, es su energía; en cuanto ésta se
disipa el flujo cesa. Es como una luz en la noche que nos alumbra; si
la luz se apaga, dejaremos de ver.
En esta
propuesta, además de la concentración, se nos aconseja que
precisemos claramente cuáles son los desafíos que marca la
actividad. Cuanto mayor concreción y precisión tengan los retos,
mayores garantías tendremos de alcanzarlos.
Desarrollar las habilidades
necesarias para interactuar con las oportunidades disponibles
En este
apartado se está haciendo alusión a la práctica dirigida hacia el
éxito de la actividad. Sin práctica generalmente no hay destreza y
mucho menos maestría, por lo que, si somos torpes, no disfrutaremos
de la actividad.
Elevar el nivel si la
actividad nos aburre
Con la
práctica continua vamos a ir adquiriendo competencias mayores cada
vez, por lo que permanentemente iremos rompiendo el equilibrio
retos-habilidades, y continuamente tendremos que ir elevando los
desafíos para no caer en los canales del aburrimiento.
Cómo
incrementar el estado de flujo
Andando el
tiempo, con la práctica nos acabaremos volviendo más habilidosos al
realizar la tarea, por ello debemos ir incrementando los retos, para
así ir acercándonos a la excelencia.
No
podremos permanecer mucho tiempo en equilibrio competencia/retos, por
esto, porque iremos adquiriendo capacidades y, si no incrementáramos
el nivel de las metas, pronto se rompería el equilibrio y según nos
fueranos volviendo más competentes, e incluso fueranos adquiriendo
cierto grado de maestría, nos empezaríamos a aburrir. Por tanto, al
principio hay que buscar ese grado de equilibrio, para comenzar a
fluir, pero la experiencia de flujo es un proceso y un proceso
delicado, en el que habrá siempre que ir incrementando los retos
poco a poco para conseguir permanecer en ese estado de flujo. De esta
manera además caminaremos hacia la excelencia y éste será un
placer añadido, sentirse maestro en algo.
El
secreto de la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere, sino
querer siempre lo que se hace.
LEON TOLSTOI
La batalla por la felicidad es
una batalla contra la entropía que desordena la conciencia. El
estado opuesto a esa entropía es el de la experiencia óptima, que
ocurre cuando la información que llega a la conciencia es congruente
con las metas de la personalidad y entonces la energía psíquica
puede fluir sin ningún esfuerzo. Cuando alguien es capaz de
organizar su conciencia para maximizar las situaciones de flujo, su
calidad de vida mejorará invariablemente, porque incluso los asuntos
rutinarios del trabajo o el hogar podrán adquirir un propósito y
volverse fuentes de disfrute.
Cuando alguien ha optado por
una meta y se involucra en ella hasta los límites de su
concentración, cualquier cosa que haga le resultará agradable.
Hace
ya muchos siglos, Marco Aurelio sentenció: “Si
te sientes dolido por las cosas externas, no son éstas las que te
molestan, sino tu propio juicio acerca de ellas. Y está en tu poder
el cambiar este juicio ahora mismo”.
De igual manera, la experiencia óptima, aquella que disfrutamos por
ser un fin en sí misma, es un proceso que ocurre en cada persona y
que no depende de lo que sucede en el mundo, sino de la forma en que
ese individuo lo asimila.
Retomando
el estudio de Csikszentmihalyi que durante doce años se estudió la
vida diaria de miles de personas en todo el mundo, permite elucidar
algunos elementos comunes en sus descripciones sobre los momentos de
mayor disfrute y realización. Independientemente de que se trate de
un escolar en Asia, de un joven escalador en Norteamérica, de un
ajedrecista soviético, de una abuela en las montañas de los Alpes o
de un director de empresa, la descripción de lo que sienten cuando
viven una experiencia de este estilo es sorprendentemente parecida.
De sus testimonios se han extraído las siguientes ocho
características, que en su conjunto permiten comprender mejor la
naturaleza de tales experiencias:
1-
Desafío que requiere habilidades.
Según
los testimonios recogidos, el disfrute en una actividad llega a su
punto máximo cuando los desafíos están en justo equilibrio con las
habilidades personales. Es decir, la tarea en cuestión debe ser
difícil pero lograble y tener claro que si "lo damos todo"
podremos conseguirlo.
2-
Concentración y enfoque.
En la medida en que la
atención está completamente dirigida a la acción que se realiza,
la persona alcanza un altísimo grado de concentración en un campo
muy limitado y concreto de atención.
3-
Metas claras.
Aunque el tiempo que duran las
distintas actividades placenteras es muy variable, y mientras que
unas culminan en pocos segundos otras pueden alargarse días enteros,
en todas ellas la persona es consciente de las metas o propósitos
finales.
Pero
según lo detectado en este estudio, las actividades que llevan en su
propia esencia el libre espacio de la improvisación sólo llegan a
disfrutarse cuando sus protagonistas son capaces de ir construyendo
las reglas y las metas sobre la marcha. Y así como el pintor va
definiendo con cada trazo su objetivo final, así mismo los músicos
de jazz van dándole un cauce definido a una improvisación musical.
4-
Directa e inmediata retroalimentación.
En realidad, el tipo de
retroalimentación que se reciba es irrelevante: lo importante es
poder tener la sensación de que la tarea o actividad se está
haciendo bien, porque sentir que se ha tenido éxito en alcanzar la
meta crea orden en la conciencia y fortalece la estructura de la
personalidad.
5-
No hay espacio para otras informaciones.
En los momentos de flujo la
atención excluye toda la información que ocupa la cabeza y que no
es de utilidad para lo que se está realizando; las preocupaciones de
la vida ordinaria quedan excluidas de la mente. Es como si la
persona, mientras se mantiene la actividad, desconectara su memoria y
alejara la entropía poniendo orden en su mente y olvidando los
aspectos desagradables de la vida.
6-
Un sentimiento de control personal sobre la situación o actividad.
Pero esto no es una
característica exclusiva de los deportes de riesgo, pues toda
experiencia de flujo involucra la sensación de tener el control o la
falta de preocupación por perderlo. De hecho, dicha sensación de
controlar la entropía explica también por qué las actividades de
flujo pueden ser tan adictivas y por qué, por ejemplo, tantos
ajedrecistas vuelven la espalda al “desorden” del mundo real.
Si bien algunos consideran que
los juegos de azar constituyen una excepción a esta regla, lo cierto
es que el disfrute de estos jugadores está íntimamente ligado a la
sensación subjetiva de que controlan el destino y de que sus
habilidades juegan un papel importante en el resultado.
7-
Pérdida del sentimiento de autoconciencia.
Cuando
se experimenta la sensación de flujo, desaparece de la conciencia
algo a lo que comúnmente dedicamos mucha atención: la propia
personalidad. Muchas personas describen estos episodios diciendo que
es como si no tuviesen ego, y, como las demandas del “yo”
consumen continuamente una elevada cantidad de energía, el liberarse
de ellas deja el camino libre para que la atención se dedique a
otros fines. Paradójicamente, cuando logramos olvidarnos de quién o
de qué somos, podemos expandir aquello que somos. La experiencia
óptima permite así una forma de trascendencia, pues al perder
momentáneamente la personalidad, sobrepasamos el propio yo, que
podrá emerger con más fuerza tras la experiencia vivida.
Este fenómeno,
adicionalmente, suele venir aparejado a una sensación de fusión con
el entorno que, según el caso, puede estar configurado por la
montaña, el mar, el colectivo de personas con el que se realiza la
actividad o cualquier otro componente del cosmos.
8-
Distorsión del sentido del tiempo.
Durante
el disfrute de la experiencia, la dimensión objetiva del mundo
externo se vuelve irrelevante y la percepción subjetiva de la
experiencia temporal se ve alterada. Por eso muchas personas afirman
que el tiempo parece pasar más rápidamente, mientras que otros,
como un bailarín de ballet describiendo un complicado giro que dura
menos de un segundo en tiempo real, afirman que los segundos pueden
llegar a durar eternidades.
En todo caso, las
investigaciones adelantadas permiten ver que hay algunas actividades
especialmente propicias para suscitar estados de flujo, y que hay,
también, ciertas características personales que ayudan a alcanzar
ese estado de disfrute y trascendencia.
En
todo caso, y como ya se ha dicho, las circunstancias externas no son
suficientes para explicar el fenómeno del flujo. Así como una
persona libre, en una cultura que promueve el disfrute y la
felicidad, puede ser incapaz de superar el tedio y la apatía al
realizar una actividad típicamente satisfactoria, otra persona puede
vivenciar una experiencia óptima en medio de la adversidad más
aterradora: ahí están para probarlo los testimonios de muchos
supervivientes de los campos de concentración o las personas que
tras quedar parapléjicas o ciegas, sostienen que su desgracia les ha
permitido enfocar su atención en unas metas muy bien definidas,
reduciéndoles las elecciones no esenciales y, de esta forma,
dándoles sentido a su existencia. Ante estos ejemplos de control de
la conciencia y de virtud, conviene recordar estas palabras que
Francis Bacon atribuía a Séneca: “Las
cosas buenas que provienen de la prosperidad deben ser deseadas, pero
las cosas buenas que provienen de la adversidad deben ser admiradas”.
Si tenemos claro, estos
tres puntos que voy a citar, seguro que vamos a producir muchos
momentos de flujo en nuestras vidas:
-
Tener siempre unas metas claras (aunque vayan evolucionando) y que la retroalimentación sea inmediata.
-
Lograr vivir al máximo el presente.
-
Y lograr un equilibrio constante entre nuestras habilidades y nuestros desafíos.
La
“gente de flujo”, en definitiva, sería aquella que logra
disfrutar de situaciones que otros encontrarían insufribles y
convertir condiciones objetivamente adversas en experiencias
subjetivamente agradables. Tal vez la característica primordial de
estas personalidades consista en no ser conscientes de sí mismas o
en tener un propósito firmemente dirigido que apunta hacia fuera del
propio yo. Contar con la autoconfianza necesaria para poder
concentrar la energía psíquica en algo diferente de uno mismo da la
libertad para observar y analizar el entorno, y descubrir en él
nuevos retos para la acción. Bertrand Russell sintetizó con
precisión lo que constituye construir una personalidad autotélica:
“Gradualmente
aprendí a ser indiferente a mi yo y mis deficiencias; centré mi
atención cada vez más sobre los objetos externos”.
Lo más sencillo para mejorar
la calidad de vida consiste en aprender a controlar el cuerpo y sus
sentidos. Cuando éstos no han sido educados, arrojan una información
caótica; pero si uno toma conciencia de las capacidades del cuerpo y
aprende a imponer orden en él, la entropía cederá ante una
agradable armonía en la conciencia. En realidad, el disfrute de las
actividades físicas no depende de lo que se hace, sino de la forma
en que se hace. Para alcanzar el flujo, músculo y cerebro deben
involucrarse de la forma indicada; no basta con realizar las
actividades buscando una meta externa, como estar a la moda,
sobresalir u obtener privilegios.
En un lapso de doce años,
desde la primera aparición de artículos en revistas académicas
sobre el flujo, este concepto ha resultado muy útil a psicólogos,
sociólogos, antropólogos, evolucionistas y religiosos. Pero su
alcance ha rebasado el ámbito de las discusiones académicas y ha
encontrado un sinnúmero de aplicaciones prácticas; instituciones
educativas, organizaciones empresariales, diseñadores de productos
para el ocio y el disfrute, psicoterapeutas clínicos y muchos otros,
han encontrado en la noción de “flujo” una alternativa
inestimable para mejorar la calidad de vida de las personas.
Por la gran influencia que
ejercen sobre nosotros y por los largos periodos que dedicamos a
ellas, las dos dimensiones de la vida humana que mayor impacto tienen
en la calidad de vida son el trabajo y las relaciones con otras
personas. En ambos casos, una conciencia bien estructurada, capaz de
enfocar la atención en actividades intrínsecamente gratificantes,
podrá sacar el máximo provecho de las situaciones, derivando de
ellas diferentes fuentes de disfrute.
Para
finalizar y como reflexión pienso que la vida es una sucesión
continua de momentos. Y que sean buenos, regulares o malos dependerá
de tu juicio o actitud, y que el arte de fluir con ellos no es más
que el arte de vivir.
¿Puede haber felicidad
mayor que sumergirnos frecuentemente en esas actividades que nos
entusiasman?
BIBLIOGRAFÍA:
Pilar
FERNÁNDEZ MARÍN Y María del Mar MORALES HEVIA: ¡FLUYE!
Vive la felicidad en el
presente. (2017).
ED. Edaf
Mihaly
CSIKSZENTMIHALYI: FLUIR
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